por Malena Cuppari
Si a lo largo de tu vida alcanzaste varios logros significativos de cualquier índole (personales, académicos, laborales, etc) y te la pasas pensando “tuve mucha ayuda”, o “tuve suerte”, o tal vez “esto lo puede hacer cualquier persona” significa que sufrís del síndrome del impostor. Si en este mismo momento estás pensando “en realidad no alcancé ningún logro significativo en mi vida” seguí leyendo que te quiero contar cómo opera este síndrome y cómo podemos hacer para que dejes de pensar que sos un farsante.
Sé que es un poco desalentador empezar este artículo contándote que eso que te pasa tan seguido es en realidad un trastorno que tiene nombre de película de Hitchcock: “El síndrome del impostor”. Pero no te preocupes porque hay algunas buenas noticias. Lo primero que tenemos que saber sobre esto es que no estamos solos. Según estudios de Universidades con nombres de estados yankis, siete de cada diez personas lo han sufrido alguna vez en su vida.
«Millones de mujeres y hombres en todo mundo, desde exitosos directivos de empresas, hasta brillantes estudiantes o actrices, como Kate Winslet, están secretamente preocupados por no ser tan capaces como todos creen», asegura la doctora Valerie Young.
Este síndrome no discrimina a nadie: todes en algún momento de nuestras vidas pensamos que somos “impostores”, que no estamos calificados para las tareas que tenemos que hacer y que alguien en algún momento se va a dar cuenta y nos va a desenmascarar. ¿Qué dramático todo, no? Permítanme ponerme autorreferencial y hacer lo que mejor me sale: explicar las cosas contando una historia.
Cuando tenía 18 años empecé el CBC de derecho en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Para les que no son de Argentina: el Ciclo Básico Común (CBC) es una especie de ingreso que se hace en la UBA, consta de 6 materias y dura un año si lo hacés “en tiempo y forma”. Te dicen que es parte de la carrera pero la realidad es que lo cursas en un edificio diferente a donde más tarde cursas la carrera y la dinámica no es del todo igual tampoco, pero ese es otro artículo. La cuestión es que la vida académica cambia drásticamente cuando pasás de la secundaria a la Universidad y yo lo sabía. Hasta el momento nunca había tenido problemas con estudiar, es algo que se me daba fácil. Cursé mis cinco años de secundaria exitosamente sin demasiado esfuerzo y hasta el día de hoy le repito a todo el mundo que “se dió así” porque la escuela en la que hice la secundaria tenía un nivel bastante mediocre, cosa que es cierta pero aún así mucha gente no aprobaba y yo sí.
Cuando empecé el CBC desde el principio tuve la sensación de que mi “suerte” se había acabado, finalmente todo el mundo se iba a dar cuenta de que yo no estaba lista para ser exitosa académicamente porque acá había que estudiar de verdad. Comencé la cursada en la facultad de Filosofía y Letras en la calle Puán del barrio de Caballito (se me pianta un lagrimón de solo recordar ese lugar increíble) y de repente ya estaba lidiando con mis primeros parciales que “mágicamente” aprobé, rarísimo. Me empecé a familiarizar con este nuevo mundo, entendí cómo era la dinámica, me hice amigues que al día de hoy conservo con quienes pasé los mejores momentos de la carrera y de mi vida. En un abrir y cerrar de ojos, el año terminó y yo había aprobado todas las materias. Estaba en condiciones de empezar el primer año en la Facultad de Derecho. Si viven en Buenos Aires o conocen el edificio, se podrán imaginar lo que significa empezar a cursar ahí.
“El CBC de derecho es fácil, no es como el de medicina o el de arquitectura, no tiene matemática, ni biología, ni cosas raras”, eso fue lo que me repetí los siguientes años. Pero bueno, ese CBC se había terminado y con él también mi suerte porque ahora que empezaba la carrera había que estudiar en serio, esta vez de verdad. No había forma de esquivarle a mi inminente fracaso académico, todo el mundo se iba a enterar de que yo no había nacido para ser profesional.
Adivinen si me recibí sin mayores problemas a pesar de haber trabajado toda la carrera…
“Derecho es fácil: ponés un ladrillo en la escalera de la facultad y a los 7 años es abogado”, esa fue mi nueva excusa una vez que me recibí. Incluso creo que es la primera vez que estoy valorizando en público la carrera que estudié. La realidad es que hay muches abogades porque es una carrera popular, pero no es fácil para todes. Yo puse muchísimo esfuerzo en mis años de facultad, me pasé miles de fines de semana preparando materias en la Biblioteca Nacional (otro edificio de Buenos Aires que me emociona) porque en mi casa no tenía un lugar tranquilo para estudiar, tuve que hacer malabares para balancear mi formación académica con mi vida laboral, que evolucionó muchísimo en esos años, y con mi vida social que para mí era especialmente importante en ese momento. Para colmo, hacia el final de la carrera me dí cuenta que no quería trabajar de lo que había estudiado y tuve que lidiar con la dicotomía de saber que estaba haciendo todo eso para un título universitario que no iba a utilizar en el futuro.
A los 8 años dije por primera vez que quería ser abogada y no cambié de opinión hasta antes de empezar el último año de derecho en el que también empecé a trabajar haciendo las redes sociales de una ONG jurídica y me di cuenta que eso era lo mío. Tuve la valentía de reconocerlo en ese momento y de tomar la decisión de terminar la carrera y de empezar mi propia agencia de comunicación digital a pesar de tener las puertas del mercado laboral jurídico totalmente abiertas que me aseguraban un futuro estable, un sueldo en blanco y exención de impuestos de por vida. Hago un pequeño disclaimer para aclarar que todo esto fue posible en gran parte gracias a que hice MUCHA terapia.
Pero el síndrome del impostor no se acaba nunca (al menos en mi caso) y durante mi vida profesional miles de veces me sentí una farsante por no tener una carrera de grado que tenga que ver con la comunicación. En el 2017, gracias a mi amiga Chicha conseguí una beca para hacer un curso de posgrado en comunicación gubernamental en la Universidad Austral. Como fue cortito y específico siempre me pareció que no era suficiente. Leí miles de libros, hice miles de cursos, estoy hasta el día de hoy en constante capacitación y tengo 5 años de experiencia trabajando con todo tipo de clientes. Aún así, muchas veces pienso que pronto todo el mundo se va a dar cuenta de que en realidad no estoy capacitada para nada de lo que hago.
El año pasado comencé a hacer consultorías a emprendedores que quieren tomar las riendas de sus redes sociales y entendí que les pasa lo mismo. Elles también tienen el síndrome del impostor. Creen que no tienen nada para decir, ni nada para aportar a su audiencia, piensan que no da mostrarse tanto en redes porque recién empiezan, o porque les cuesta redactar, o les da verguenza, o no saben lo suficiente, o no sé cuantas excusas más. Ahí fue cuando empecé a indagar sobre este trastorno que evidentemente es contagioso.
El síndrome del impostor es como tener una relación tóxica con nosotres mismes, es una voz en nuestro cerebro que nos recuerda constantemente que no somos capaces de hacer lo que hacemos, aunque la evidencia nos demuestra una y otra vez lo contrario.
Varios estudios han demostrado que cuanto más logros conseguimos, más sentimos esto, pero la super buena noticia es que los que realmente son impostores no padecen el síndrome del impostor, lo que significa que, si lo estás sintiendo, es probable que no seas ningún impostor.
Entonces, ¿cómo podemos hacer para erradicarlo de nuestras vidas? Honestamente no lo sé, estoy más cerca de pensar que hay que aprender a vivir con él. Reconocerlo es el primer paso. Si tengo que ser sincera, escribir este artículo me sirvió un montón para entender hasta qué punto puedo llegar a minimizar logros que fueron muy importantes. Y esto se puede trasladar a cualquier aspecto de nuestras vidas.
En conclusión, recomiendo que en primer lugar, traten de hacer terapia porque sirve un montón. En segundo lugar, la próxima vez que sientan que no están capacitados para algo (trabajo, estudio, mapaternidad, etc.) maten ese juicio con hechos: piensen en todas las cosas que los llevaron al lugar donde están hoy, y en todas las cosas que lograron hasta el momento. Se van a dar cuenta que lograron un montón, así que pueden felicitarse y disfrutar de lo conseguido.